Lampara a mis pies

Publicado en por poemas-a-la-virgen-maria

Humillarse, no es más que bajar del falso pedestal en cuya cúspide ficticia nos colocamos nosotros mismos, con locura y desprecio a Dios, con disparatada y gratuita autoestima... con soberbia. Humillarse ante Dios no es descender del lugar que nos corresponde, sino permanecer en el mismo, en sensatez y cordura. 

 

No somos humildes mientras creamos en nosotros mismos, y no reconozcamos que en nosotros mismos nada podemos ser, por cuanto en nuestra carneno mora el bien. (Romanos 7:18). Esta verdad puede ser perfectamente comprendida cuando nos enfrentamos a una solicitud mundana y carnal, y nos quejamos de la fuerza de esta, contra nuestras debilidades.

 

Todo el universo así como la vida se sostiene por la potencia del poder de Dios.   La relación entre Dios y la criatura es, ni más ni menos, que la dependencia absoluta de ésta, ya que para ello fue creada.

 

 No para ser esclava de algo o de alguien sino para señorear en nombre de Dios y en su representación, tal y como Él tiene diseñada su Creación. Cuanto más nos alejemos de ésta posición, tanto más lo haremos de la voluntad de Dios, disponiendo terca, temerariamente, y con soberbia de lo que no nos pertenece.

 

La criatura debe todo a Dios, y su primordial cuidado y atención, ahora y para siempre, debe ser la de presentarse como vaso vacío, en donde Dios pueda morar, y allí, mostrar su poder y bondad. Es dependencia y sumisión absolutas rendidas a Dios por parte de su creación:

 

Señor, digno eres de recibir la gloria, y la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas. (Apocalipsis 4:11). Humildad correctamente entendida, la más alta condición del hombre, y la raíz de cualesquiera que sean sus virtudes. Como ya hemos dicho e insistiremos en esa verdad. 

 

Nadie puede sustraerse a su poder y deidad y por lo tanto toda desviación de su voluntad constituye un pecado primordial de soberbia, aunque esta por la caída primigenia sigue morando en un ser caído y débil, con una responsabilidad del todo superior a las exigencias de la santidad de Dios y de su propósito eterno.

 

Dios no pone sobre nosotros cargas que no podemos llevar cuando nos da mandamientos, que son lámpara a nuestros pies y lumbreras en nuestro camino (Salmos 119:105) porque para eternidad hemos sido creados y en eternidad hemos de vernos para bien o para mal. 

 

Ya escribí sobre el “Manual del Fabricante”, la Santa Escritura que nos lleva por un camino que nos hace felices y seguros, con la asistencia del Espíritu para poder llevar a cabo un camino que no es del gusto de un hombre carnal pero que es deleitoso para el espiritual. 


Si queremos andar en oscuridad es responsabilidad nuestra, con las atenuantes (supongo), de nuestra debilidad y de las ocasiones de vulnerar la voluntad de Dios.

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