OBEDIENCIA Y AUTORIDAD.
A la compañía de Dios, a su gloria se pasa por el camino estrecho, por la senda angosta, la entrada difícil de la humillación. Como el Cristo y a través del Cristo. Por la entrada angosta del silencio ante la ofensa; de callar cuando podemos vindicarnos, dejando que sea Dios el que nos justifique.
Así hasta la gloria de Jesús en su plenitud. Porque cosas que ojo no vio ni oído oyó ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para aquellos que le aman. (1ª Corintios 2:9) Amar a Dios y no ser humilde no puede ser.
El que no es humilde no ama a Dios. La suprema instancia, el supremo poder, la suprema bondad y la suprema soberanía. Si se reconocen los atributos de Dios de forma sincera, seremos consecuentemente humildes en la medida de la plenitud de este reconocimiento. Sabiendo quién es El, y quién somos nosotros.
Pedimos a Dios que nos quite algún aguijón de la carne que nos mortifica, y el Señor contesta a veces... mi gracia te basta; (2 Corintios 12:9) y nos debe bastar. Solamente con esa gracia y bajo la autoridad de Dios, somos lo que somos; rebaño escogido de nuestro Señor.
Cuando el centurión pidió a Jesús con toda fe que le curase su criado enfermo, le dijo: yo también soy hombre puesto bajo autoridad. (Lucas 7:8) El era hombre puesto bajo autoridad: la que en aquel lugar tenía delegada del emperador romano. Si aquel hombre hubiese dejado el oficio de centurión romano, hubiera por tanto quedado despojado de autoridad, puesto que él, por sí propio, era un hombre como otro cualquiera.
Los soldados obedecían sus órdenes, porque eran las órdenes del emperador delegadas y dadas a través de este centurión. Sometiéndose él a la autoridad del emperador, tenía toda la autoridad de este. Así, también, pudo reconocer a Jesús como autoridad.
Observemos como un soldado conoció que Jesús tenía autoridad mejor que los religiosos de su tiempo. Conoció que tenía autoridad como él, porque observó que, como él mismo, también Jesús estaba sujeto bajo autoridad. Había un poder inmenso que respaldaba la autoridad de Jesús, y el centurión tuvo la acertada visión de comprenderlo: entendió que Jesús se sometía a otra autoridad suprema y, por lo tanto, podía hacer aquello que le pedía.
Ni sus mismos compatriotas, los judíos rebeldes a todo lo que no fuese su arbitraria interpretación de la ley, comprendieron tan claramente como aquel soldado extranjero. Sólo los humildes y bajos del pueblo entendieron a Jesús, pues decían ante sus obras portentosas y su doctrina que enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. (Marcos 1:22) Jesús se sometió totalmente a la Ley, la avaló y fue avalado por ella. A ella acudió humildemente para confirmar su ministerio. Un ejemplo... como en todo.
Rafael Ángel Marañón
AMDG

