TODO ES NADA SIN HUMILDAD (Saludos cordiales a todos vosotros, amigos míos)

Publicado en por poemas-a-la-virgen-maria

 


Los discípulos dejaron todo para seguir al Maestro. Humildemente, se sujetaban a su persona y a su doctrina; para su mente torpe, todavía era difícil comprender lo espiritual. Todavía manifestaban la ambición egoísta que aún les regía a cada paso o encrucijada, a cada contradicción. 



De modo que Jesús tuvo que decirles: Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. (Juan 16:12) A Nicodemo, que era maestro en Israel, dijo: Si os he dicho cosas terrenales y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales? (Juan 3:12)

 

 

Hasta el fracaso y la restauración con la venida del Espíritu Santo en el aposento alto, no se rindieron y humillaron totalmente los discípulos. Pero entonces fueron llenos de poder, al descansar definitiva y totalmente en Dios para todo. Hasta entonces, y como ahora, puede haber una gran actividad en la obra del Señor, sincera y denodada. Pero si no hay humildad... ¡qué inútil!

 

 

Los discípulos querían a Jesús. Mostraron en varias ocasiones disposición a morir por El, y a seguirlo en cualquier circunstancia, dejándolo todo; pero en lo más profundo de sus corazones tenían todavía ese enemigo tan siniestro, tan feo y maléfico, que tendría que dejar de existir en ellos: el orgullo. 



Toda la enseñanza de Jesús fue mal comprendida, hasta que fue vencida la suficiencia en aquellos hombres. Solo con la venida del Espíritu  estuvieron preparados para afrontar las dificultades de seguir a Jesús.

 


Mientras conservaron la creencia de entender todo lo que Jesús decía y hablaba, no podían comprender a Jesús. De ahí sus continuas preguntas. Por tanto, Él les remitió al Espíritu Santo. Sólo Cristo, con su poder habitando en nosotros, es capaz de vaciarnos de la vanagloria, y hacernos mansos y receptivos a toda palabra suya, y a las suaves y amantes restricciones del Espíritu Santo.

 

 

Moisés, en sus tiempos de Egipto era hombre violento, pues mató a un egipcio. El tenía el orgullo y la arrogancia de su raza, y eso le llevó a matar a un hombre de raza distinta. Días después, reprochaba a dos israelitas que pelearan entre sí. 



Más adelante vemos que la Santa Escritura dice de él: Y aquel varón, Moisés, era muy manso, mas que todos los hombres que había sobre la tierra. (Números 12:13) Había sido corregido, podado y formado de nuevo por el Señor. Entonces pudo ser muy manso, y sujeto al Señor.

 


Por lo que se dice de él en la Escritura, Moisés fue fiel, en toda la casa de Dios. Es pues el espíritu de Cristo el que, actuando en nosotros, hace posible en el alma dócil y pasiva, la total humildad y la consecuente obediencia y fidelidad en el reconocimiento de que en la quietud y la confianza está vuestra fortaleza. 



Sin embargo hay que creer y querer. Aún el hombre más aparentemente humilde y manso guarda dentro de sí el orgullo más tenaz y enconado de su propia justicia, y hasta de su humildad: soberbia al fin. 

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